Máscaras: Confesiones de un tallador secreto-Lowell Fiet

por Editorial Tiempo Nuevo
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Las máscaras que incluyo aquí ciertamente son contemporáneas, de Puerto Rico, del Caribe, aunque también reflejan algo de mis primeras tres décadas en Estados Unidos. De igual forma, reflejan una zona o zonas europeas precristianas donde todavía existen máscaras talladas de madera, como son las de las fiestas invernales y los carnavales de Lazarim (distrito de Viseu) y Ousilhão (distrito de Bragança) en Portugal y las máscaras del Krampus de Europa Central.

También estudio y aprecio las máscaras africanas. Sin duda, existe una influencia residual de esa enorme fuente de imaginación y creatividad. Culturalmente, la máscara africana constituye el recurso global predominante y el impulso estético y espiritual originario de todas las máscaras y su estudio. No obstante, ver mis máscaras como “africanas” puede ser una percepción engañosa, no porque no exista – en unas máscaras más que en otras – esa influencia, sino porque con mayor frecuencia es general, indirecta y no necesariamente primaria.

La máscara que más me ha inspirado durante los últimos cincuenta años ha sido el vejigante de coco de Loíza, Puerto Rico. Pude decir “te conozco” cuando enfrenté la máscara de un vejigante por primera vez en la tiendita de Castor Ayala en Loíza en diciembre de 1975. Desde entonces he conocido miles de vejigantes y los artistas-talladores-pintores de vejigantes forman parte de mi círculo de colegas-colaboradores-amigxs de las últimas tres décadas.

Finalmente, debo decir que el gran placer de crear máscaras es el proceso de esculpir: cincelar, cortar, ver las gubias dar forma a ojos, bocas, dientes, narices, orejas, frentes, etc. Pero esta también es la gestión más fácil dentro de la totalidad creativa. El trabajo y el arte radican en el acto de raspar y lijar y, a menos que sea esencial para el diseño, en la medida de lo posible, hacer desparecer las hendiduras de las gubias, no para crear un acabado perfectamente liso y sin fallas, sino para esconder la mano del tallador en su arte. Paso casi el mismo tiempo afilando gubias que tallando con ellas. Con las gubias más agudas posibles, tallo mejor y, con suerte, tengo que lijar menos. También disminuye la posibilidad de heridas sangrientas u otros accidentes.

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